domingo, 26 de agosto de 2018

Razón+Fe

Han pasado varios meses de periodismo activo. No he tocado el blog por andar dedicado a escribir sobre temas de actualidad, capuchinos-columna con algo de humor, y algunos artículos como testimonio de Fe. Tres portales diferentes reciben mis colaboraciones.

A partir de esta semana, publicaré semanalmente reflexiones personales, a propósito de mi crecimiento en la Fe y en el discernimiento que estoy llevando a cabo, como creyente, fiel miembro de la Iglesia "invisible" de Jesús.


Anapoima, Misión Facmis 2018 - Semana Santa, llena de trabajo y evangelización.

Hoy, con cariño y respeto, retomo mis labores en esta página. Es un gran placer compartir mi trabajo periodístico en el portal católico Razón+Fe. A continuación presento las entradas que hasta ahora han sido publicadas en este prestigioso medio digital:






domingo, 25 de marzo de 2018

Semana Mayor, Semana de Amor


Gracias, Señor Jesús, por habernos enseñado el Domingo de Ramos a ser humildes en medio de la grandeza; por escoger un burro para entrar como Rey a Jerusalén, mientras los monarcas de tu tiempo se desplazaban en jumentos más finos; gracias, por no creer en los gritos jubilosos del pueblo que 120 horas después imploraba tu condena, obligando a Pilato a cumplir con una tradición romana que no tenía nada que ver con tu mensaje para este mundo.

Gracias, por compartir con tus apóstoles y con tus familiares cercanos ese último lunes, llenándolos de afecto y atendiendo sus palabras; inflamando sus corazones con tu Amor, como tierno testimonio de tu perenne Entrega.

Gracias, Señor Jesús, por acoger ese martes final a tantas personas que te querían de verdad, a pesar de tener la amenaza de muerte encima, que era el deseo de quienes integraban el sanedrín de ese momento; gracias, por abrir tu alma a tantos que siempre te buscaron, te buscamos y te buscaremos, sabiendo que acercarnos a Ti es gratis, y que a pesar de nuestras debilidades y flaquezas, siempre nos esperas. Enséñanos a seguir la Voluntad del Padre, Señor y Dios Nuestro.

Gracias, por tu nobleza ese miércoles que antecedía a la Pascua que pasaste con tus amigos; sí, gracias por tu valor y tu discreción, pues conocías tu destino, y nunca te quejaste, ni advertiste nada negativo a ninguno de los 12, ni a la Madre Santísima.

Gracias, Señor Jesús, por quedarte con nosotros para siempre en la Eucaristía que instituiste en el Cenáculo, en esa noche del jueves, con tantas emociones, preguntas y certezas; sí, la noche en que lavaste los pies de aquellos pescadores que te siguieron para aprender a llevar de vuelta las almas al Cielo; noche en que la Eternidad se hizo presente, a través del pan y del vino.

Gracias, muchas gracias, por tu Oración en el huerto de Getsemaní; por las gotas de sangre y sudor que cayeron al suelo, mientras asumías la parte final de tu tarea en esta Tierra, representada en Tu Sacrificio como Cordero de Dios, que es la expresión más elevada del Amor del Padre hacia nosotros, sus pequeños.

Gracias, Señor Jesús, por transfigurarte delante de Pedro, Juan y Santiago, para encontrarte con Moisés y Elías en el Cielo que besó nuestra Tierra ese día; por hacerte sol en el momento más oscuro de la noche.

Gracias, por tu Confianza en el Amor del Padre, esa que estaba muy por encima de los insultos, los golpes y las groserías que recibiste en la madrugada del viernes.

Con lágrimas en los ojos, te decimos gracias, Cristo, por tu corona de espinas, por tu fuerza sobrehumana en la Cruz; por tu rostro desfigurado, tu cuerpo reventado y tus ojos hinchados; por los chorros de sangre que rodaron por el madero, sellando en silencio la Alianza definitiva con la Humanidad.

Finalmente, te damos gracias por el misterio del sábado frío, pero colmado de Esperanza, y por el despertar Vivo del Domingo, porque con tu Resurrección se abrieron las puertas del Paraíso para todos.

Bendito seas, Señor de la Vida. Bendito seas, Señor Jesucristo.
















viernes, 9 de marzo de 2018

Dignidad y Libertad, regalos de Dios para el ser humano


En el momento de la concepción se manifiesta el poder infinito del Amor de Dios, que da paso al milagro de una nueva vida humana. Después del amor sólo el Amor. En ese instante, se encarna una criatura, que es en sí misma divina; nacida con todas las posibilidades para desplegar un proyecto que se conecta con la historia de nuestra especie y con la Eternidad.

El Señor nos llama de vuelta al Reino cuando nuestra misión ha sido terminada. Es un misterio insondable. No obstante, esta cita definitiva es una alegría inenarrable.

Con certeza, puedo afirmar que la plenitud del encuentro con Dios no se puede verbalizar, pues supera cualquier referente racional que nos ofrece el lenguaje.

Volviendo a mi experiencia del año 2011, preciosa oportunidad que me brindó la Vida de conocer lo que existe después de la muerte, sólo puedo decir que hay dos conceptos que en este planeta han sido manoseados, de forma inmisericorde, por ideologías opuestas a Dios y a la Vida, las cuales han llevado a un terreno materialista dos regalos infinitos, que son inherentes a la propia identidad de cualquier persona: Dignidad y Libertad.

La Dignidad de todo ser humano radica en su naturaleza esencial, que no es meramente biológica: los seres humanos somos espíritus encarnados; vale decir, parte de un Plan Trascendente, que culmina con el regreso de cada individuo al Ser que le ha permitido la existencia. En consecuencia, somos dignos porque somos criaturas divinas. No hay espacio para argumentaciones políticas, sociológicas o económicas. Esto significa que cada una de nuestras células ha sido creada con y para el Amor; por consiguiente, no tiene precio ni puede ser catalogada como un artículo o bien comercial.

La Libertad, por su parte, es el regalo más preciado que cada individuo de nuestra especie ha recibido de Dios;  es la huella más hermosa que el Creador ha dejado en nuestra alma. Este regalo, que entendemos como valor determinante, nos enfrenta a múltiples preguntas con una única respuesta: el Amor de Dios es tan grande que, incluso, nos ha permitido negarlo o rechazarlo. Dios acepta lo que cada persona hace con su Libertad, porque nos respeta como nadie lo ha hecho ni lo hará jamás.

Desde el siglo XIX, los marxistas y sus seguidores contemporáneos, siempre se han olvidado de algo fundamental: los seres humanos somos fruto del Amor de Dios, que nos hace personas, a través de la donación voluntaria de los cuerpos de nuestros progenitores en el acto sexual, unido a una vocación irrenunciable por la Vida. Como se puede observar, la Libertad va mucho más allá de la simple concepción de derecho: yo soy libre, como expresión palpable de Dios, quien me ha regalado la Libertad por encima de cualquier mandato jurídico: Él me hizo libre, tan libre que cuando llegué a este mundo, lo hice en plena desnudez.

Dos actos atentan contra este principio escrito con letras de oro en el Plan de Dios: la violación, tipificada como delito con el nombre de acceso carnal violento; y el aborto, que cuando es provocado por mano humana, tiene rango de homicidio ante los ojos del Padre Eterno. ¡Cuántos millones de seres humanos han sido abortados a lo largo de la historia! Es momento de tomar conciencia al respecto, porque estamos llamados a la Vida, no a la muerte.

Queridos hermanos en el Amor de Dios: en esta realidad no hay espacio para las dudas. Sólo es posible entender al Señor y a los valores que nos definen en lo más profundo de nuestra identidad, desde el respeto supremo por la Vida, que tiene su seno y su cuna en el corazón de todo ser humano.

Recordemos siempre que es desde el corazón que llegamos a Dios cuando nos llama. Delante de Él no hay razones: sólo humildad, confianza, entrega plena. Benditos sean. Amén.

viernes, 16 de febrero de 2018

Creerle a Dios: el quid del asunto



Creemos en Dios por varias razones. La primera es la naturaleza, que en sí misma es un milagro.

Actualmente, la ciencia permite adentrarnos en un escenario complejo, que va mucho más allá de un simple juego evolutivo. Sin duda, los hallazgos de la biología, la química, las matemáticas y la física nos enseñan cuestiones que evidencian la existencia de un Ser Superior.

Admirados ante la complejidad de la vida y la perfección de tantos sistemas que se interrelacionan y complementan entre sí, pensar que lo percibido por nuestros sentidos es un accidente, o parte de una cadena compuesta por eslabones que responden a etapas previamente establecidas, es incompleto. En mi humilde opinión, este argumento se queda corto ante la magnificencia que nos ofrece el Universo.

Hay algo que trasciende la realidad que podemos ver y tocar; es una fuerza inusitada, que nos conecta con el Amor, en mayúsculas, que es la Verdad.

¡Cuán grande es ese misterio! Comprender que ser parte de la Creación nos convierte en beneficiarios de la obra de Alguien que nos Ama con todo su Corazón, es una buena noticia en medio de las vicisitudes de esta dimensión terrenal, concreta y limitada.

Siguiendo esta idea, podemos llegar a una conclusión hermosa: somos invitados a existir, a pesar de nuestra frágil condición, en medio de la grandeza. De este modo, entendemos que el lugar donde vivimos ha sido puesto a nuestro servicio, por deseo y voluntad de Aquél que llamamos Dios.

No obstante lo anterior, una cosa es creer en Dios, y otra muy distinta, creerle a Dios. ¡Qué difícil es creerle a Dios!

Creerle a Dios significa tener la certeza de que toda nuestra experiencia en esta tierra, es un paso hacia un mundo mucho mejor, y que debemos entregarnos completamente a la Providencia, pese a lo que podamos hacer con nuestras humanas fuerzas.

Creerle a Dios implica soltarnos, erradicar miedos, incrementar los niveles de auto-confianza y nuestra capacidad de crear proyectos para transformar los sueños en Testimonio de la propia vida. Esto requiere reconocer nuestras posibilidades y nuestra finitud, para asimilar la Eternidad. En otras palabras, somos pequeños instrumentos del Padre Eterno: sus consentidos.

Por eso, creerle a Dios es el ejercicio más íntimo de todo ser humano; ejercicio que hace desplegar nuestra finitud en medio de lo insondable: volemos con los pies en el suelo, para abrazar el sentimiento profundo que nos impulsa todos los días en la tarea de construir lo que somos, tomados de la Mano de quien nos da la posibilidad de existir.

Ese es el quid del asunto: trabajo que se plenifica cuando hemos cumplido el propósito de nuestra existencia.

Oremos los unos por los otros, como hermanos en la Fe y en el Amor. Amén.

sábado, 3 de febrero de 2018

¿Qué significa tener a Dios en el corazón?



Tener a Dios en el corazón es un regalo, una elección y un milagro. 

Es un regalo, porque es un don que recibimos del Cielo. No todo el mundo está listo para acceder a esta dicha; sin embargo, hemos sido creados para alcanzarla. Dios quiere que estemos con Él y lo amemos siempre. Es mera cuestión de reciprocidad: Él se entregó incondicionalmente por cada uno de nosotros, a través de Su Hijo en la Cruz. Por tanto, somos hermanos en Cristo: somos Su Familia.

¡Sí, tener a Dios en el corazón, implica sentirnos, sabernos y gozarnos como hijitos de Él! Qué bueno ser conscientes, incluso, en medio de las habituales crisis de Fe que nos acompañan durante nuestro paso por la Tierra, de esta posibilidad.

Es una elección que nace de la voluntad de cada uno de nosotros, porque sólo podemos tener a Dios en el corazón, si lo escogemos como Padre, si lo buscamos como Amigo, si trabajamos de Su Mano, desde la Libertad. 

Ofrezcamos nuestro esfuerzo vital, nuestra lucha por entender las vicisitudes de la vida, con valor, con la firme decisión de aceptar y reconocer el Amor pleno, la Esperanza que nos otorga esa Eternidad inmerecida, que ha sido dada a la Humanidad, gracias a la Resurrección de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.

En la práctica, esta elección se evidencia en la forma como tratamos a los demás, en la dulzura de nuestras miradas, en la calidad de nuestros silencios y en el testimonio de nuestra Fe. De nada vale decir que "tenemos a Dios en el corazón", si juzgamos, criticamos, insultamos o atropellamos a los demás.

Si nos esmeramos en construir un monólogo que destruye al otro, con la excusa de corregirlo, en lugar de mostrar que somos portadores del Amor de Dios, damos testimonio de todo lo contrario, y de paso, podemos herir a nuestros hermanos.

Sabemos que tener a Dios en el corazón se nota: el silencio tierno, las sonrisas gratuitas, la expresión que abraza, el gesto abierto a la solidaridad, la amabilidad, son prueba de ello. 

Finalmente, es un milagro. Porque no lo podemos explicar, pero nos sorprende; no lo podemos medir, pero nos sobrepasa; no lo podemos racionalizar, pero nos completa como seres humanos.

Lo más hermoso de tener a Dios en el corazón, es que es una batalla diaria, linda, donde aprendemos a negarnos para hacernos con Él. No es fácil, pero vale la pena luchar por Ello. 

Aquí estoy, Señor Jesús, con mis debilidades y fortalezas; con mis virtudes y defectos; con mi corazón y mi cabeza. Amén.


jueves, 25 de enero de 2018

La terquedad del Amor


A pesar de nuestra terquedad, fallas, reincidencias, desaciertos y debilidades, el sabernos amados por Dios, nos fortalece en medio de la batalla diaria que significa vivir en el planeta Tierra.

Es una gran paradoja tener que buscar el Cielo en medio de un escenario tan diferente a lo que nos invita la Eternidad. Pero ese es el quid del asunto: lo que ofrece sentido a las vivencias que debemos acoger, como regalo y como reto, minuto a minuto, es la posibilidad de hacernos como personas en la vida cotidiana.

En esta dimensión priman la envidia, la codicia, la lujuria. Las tentaciones están ahí, en nuestras narices, nos persiguen, nos confrontan sin contemplaciones. Por eso, como dinámica para entenderlas y combatirlas, en estos días he comenzado a hacer un ejercicio espiritual que me gustaría compartir con ustedes.

Dentro de mi búsqueda de Dios, imperfecta e incompleta, por ser plenamente humana, he querido detenerme en momentos culminantes de la vida de Jesús, Señor del Amor: nacimiento, adolescencia, primera juventud y finalmente, el anuncio del Reino, pensando en la forma como lo hizo, con humildad, sabiduría y ternura.

Se agolpan imágenes y mensajes llenos de fuerza, extraídos de los evangelios. Empiezo una etapa de agachar la cabeza y crecer en la Fe, a través de la lectura de la Palabra, siguiendo el orden propuesto dentro de la Liturgia de la Iglesia Católica. Este encuentro con Dios, es consecuencia de haber conocido la disciplina de una mujer de Dios, que inspira con su ejemplo. Esta lectura que he comenzado, la estoy llevando a la práctica, observando la realidad que me rodea.

El propósito más grande del año es trabajar todos los días en la coherencia, que es una condición sin la cual no podemos dar testimonio como discípulos de Jesús. Coherencia significa conectar cerebro, boca y corazón en una misma dirección. Sé que, en mi caso, eso demandará un gran esfuerzo. Lo asumo, teniendo a los apóstoles como ejemplo.

Agradezco a Dios la oportunidad que me ha dado de darme contra el muro, reventándome el alma contra la pared de mis errores. Me suelto completamente en las manos de mi Creador, porque este camino lo empiezo en ceros.

Consciente de la bondad del Padre, con humildad, inclino mi cabeza, le pido perdón y me acojo a la terquedad de su Amor.

martes, 16 de enero de 2018

Conocer a Dios es muy diferente a vivir en Dios


He recibido grandes lecciones de Dios, a pesar de mi consabida terquedad. El Señor me ha permitido conocer gente valiosa, compartir espacios donde brilla la Fe y adentrarme en lecturas profundas de su Gracia.

Este 2018 es un reto de amor para mí. Confieso que estoy atravesando un período de profundas preguntas. Las respuestas son precisas e inmediatas en unos casos, cuando dependen de mi, de lo que he hecho; vale decir, de mis aciertos y errores. No obstante, hay respuestas que dependen de Dios.

Esta situación, como a varias personas les ha sucedido, demanda de mucha paciencia y confianza. Apenas comenzó Enero tuve el privilegio de conocer a una mujer que lleva más de 21 años entregada al servicio espiritual de la gente, acercándola a Dios desde una perspectiva donde la oración alegre y constante es decisiva.

Abrir el corazón, en un ejercicio de honestidad y coherencia, es la base para empezar un camino que debe llevarme a la gran meta que me he propuesto este año: vivir a Dios, no sólo conocerlo. Ese es asunto nuevo para mí. Asumo el reto y pido sus oraciones.

Debo señalar que el pasado Diciembre fue especial y diferente, pues asistí durante algunos días de la temporada navideña, al despuntar cada mañana, a Eucaristías que integraban dentro de su liturgia la Novena de Aguinaldos que tradicionalmente hacemos los colombianos en esas fechas. Fueron Misas únicas. Jamás imaginé que más de 300 personas se reunieran a las 5 de la mañana para compartir este escenario espiritual, humilde y cálido. Una maestra de Fe que el Cielo me mandó en 2016 - a quien llevo en mi alma-, fue la responsable de este milagro. Renegué y refunfuñé algunas madrugadas, pero nunca me cansaré de agradecer en silencio lo que aprendí. 

Ahora es tiempo de formarme, con el mayor rigor y coherencia posibles, como hombre virtuoso: sé que tengo mucho amor para compartir. Le pido a Dios que me permita aprender los misterios infinitos de su Sabiduría, porque deseo vivamente transformar mi realidad apoyando mis acciones, no en mis anhelos, sino en la obediencia que permite que pueda aceptar lo que Él quiere para mí. 

Que los secretos y esperanzas que guardo en mi corazón sean este año transformados en realidades felices que pueda compartir con ustedes, y muy especialmente, con la persona que el Cielo ha reservado como compañera de vida para mí. Así sea.